domingo, 20 de diciembre de 2009

Amor 3


"-¡Espera! No temas. No te vayas. Sería cruel negar el auxilio a aquel que lo necesita, y hoy te necesito. ¿Cuál es tu nombre? ¡No! No me lo digas, ya no quiero saberlo. En realidad nunca quise, pues no te he buscado para que me digas cómo te llamas. No te enfades, pero no tengo dinero. ¡Espera! ¿Ni siquiera sientes curiosidad por lo que tenga que decirte? Eres libre de irte en cuanto te apetezca, pero escúchame, por favor. Eres mi mejor amiga, o así lo serás durante un instante. Sólo quiero contarte una historia, y al final deberás darme tu opinión, sinceramente me responderás. Porque hoy te necesito, a ti, a todos, a alguien y, al mismo tiempo, a nadie. Érase una vez un pobre desdichado que se consolaba con placeres y monólogos delirantes. Sólo eso le mantenía cuerdo, pues se encontraba en realidad a un paso de la locura; una locura que no rechazaba del todo, como modo de evadirse y huir de un mundo y unos sentimientos en todo momento hostiles, frenéticos y cambiantes. Su mente nauseabunda, sin un segundo de descanso, giraba y giraba en la ruleta de la vida, los sucesos y el amor, perdiéndose cada vez más dentro de sí misma, encerrándose en lo único seguro y real, en lo único en lo que de verdad podía confiar: él mismo. Los escasos contactos con el exterior eran un suplicio, excepto los sexuales. Solía conversar con mujeres indecentes, que, desde su punto de vista, eran la pura encarnación de la ironía con que se sentía tratado, y en esos momentos, placer y angustia se fundían y entremezclaban de un modo totalmente tenebroso. Él mismo era tenebroso. Muchas veces había estado al borde de la muerte, pero un día no le tocó a él morir. ¿Ya te suena la historia? Un día simplemente la mató con un cristal perdido en el suelo: así, muy bien, un corte profundo en el cuello. ¡Oh! Qué belleza: la sangre no traiciona nunca, ni tampoco la muerte. Y quién diría que una noche más me salvo, sobrevivo, y todo gracias a ti. Muchas gracias. Te amo con todas mis fuerzas. Pero debo irme, pues oigo pasos que se aproximan; cerrarán ellos el telón de esta escena teatral soberbia. Acariciaré tu mejilla por primera y última vez: qué suave, y qué fría está ya. Que descanses, ángel. Duerme y sueña conmigo."


Víc.

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